“Yo no sabía realmente cómo
escuchar las perspectivas de
las generaciones mayores o
compartir las mías con ellas”.
Agosto 2020 — pg. 25
Siendo una adulta joven y graduada recientemente de
la Universidad, yo tenía muy poca experiencia con la
comunidad intergeneracional de la iglesia, ya que toda mi
vida he vivido separada en mi grupo de edad. Comencé mi
peregrinar de fe en el cuarto de cuna de la iglesia, aprendí
acerca de Jesús en la iglesia infantil, fui discipulada en el
grupo juvenil, y profundicé mi fe en la comunidad de mi
colegio. Ha habido lugares en los que fui desafiada, donde
mi voz fue bien recibida, donde mis preguntas fueron
atendidas, y donde me sentí en comodidad practicando
mi fe de una manera auténtica. Estos han sido casi
exclusivamente los lugares en los que fui estimulada a
conectarme, a involucrarme, y a liderar.
Hasta que me gradué de la Universidad y me instalé
en una nueva ciudad cuando me di cuenta lo difícil y
antinatural que era para mí conectarme y crecer en mi fe
en un escenario multigeneracional. Comencé a asistir a
una iglesia cuya congregación era predominantemente de
mayor edad y me encontré inmediatamente, y de manera
desesperada, buscando en la zona un grupo de jóvenes
adultos con los que me pudiera unir. Esto era para mí más
importante que involucrarme en mi propia iglesia. Las
únicas oportunidades que jamás tuve de crecer y liderar era
en grupos de personas de mi misma edad, de modo que
quería encontrar una comunidad de discipulado, y asumí
que debía parecerse a lo que siempre había conocido.
A las pocas semanas de asistir a mi nueva iglesia, fui
invitada a ser parte de un grupo de escuela dominical. Yo
era la persona más joven en ese grupo por al menos 35 años.
Me sentí extremadamente fuera de lugar y no sentí ninguna
comodidad para alzar mi voz en las discusiones del grupo,
ni siquiera en orar en voz alta. La desconexión generacional
era tan fuerte que me convertí en una observadora más que
en una participante.
Yo no sabía realmente cómo escuchar las perspectivas de
las generaciones mayores o compartir las mías con ellas. Yo
no sabía cómo involucrarme de una manera auténtica con
un punto de vista tan diferente. No sabía cómo hacer las
preguntas oportunas a fin de conectar con mi grupo.
En cambio, soy una experta en el arte de sonreír y
asentir siempre que alguna persona mayor comparte una
perspectiva con la que no estoy de acuerdo, y reservo mi
propia perspectiva para las personas de mi generación. Esto
refleja una narrativa de cultura eclesiástica que a menudo
prioriza preservar la paz por encima de la creación de
espacio para una conversación seria.
No son solo los jóvenes los que son separados del resto
de la iglesia. Con mucha frecuencia he observado iglesias
con servicios específicamente diseñados para generaciones
mayores. Ciertamente no es malo tener grupos orientados
a edades o etapas específicas de la vida. Pero cuando los
únicos espacios para aprender y liderar son separados de
otras generaciones, les estamos haciendo a nuestras iglesias
un gran deservicio.
Existe una desconexión estructural dentro de tantas
iglesias que ha creado una cultura en la que las voces de
todos son invitadas a la mesa; lo que pasa es que todos
estamos sentados en mesas diferentes. Ahora más que
nunca es el tiempo de cerrar esta grieta en la comunidad.
Necesitamos espacios intencionados para la conexión
intergeneracional en nuestras iglesias. ¿Cuántas
clases de escuela dominical o grupos pequeños son
multigeneracionales? ¿Con cuánta frecuencia las iglesias
les dan espacio a los niños y jóvenes para liderar a personas
mayores que ellos? ¿Cómo pueden beneficiarse los jóvenes
de programas de mentoría (especialmente en iglesias
conectadas con universidades cristianas)? La comunidad
intergeneracional no será la misma en cada iglesia, de
modo que necesitamos ser creativos y darle a cada grupo
de edad una voz y un lugar. Ser la iglesia requiere trabajo en
equipo entre generaciones.
La comunidad y la conexión intergeneracional no es una
norma en el cristianismo estadounidense. Cada generación
ha sido formada por diferentes culturas, diferentes eventos
mundiales, diferentes retos e influencias, y estas diferencias
crean una separación natural. Para establecer un puente
sobre esta grieta se requiere invitar a todos a la misma
mesa, y alimentarlos con voces de todos los grupos de edad.
Mientras que hemos escuchado a muchos líderes
eclesiásticos enfatizar la importancia de la comunidad
multigeneracional, la verdad es que raras veces se practica.
Si esto es una prioridad que afirmamos tener, necesitamos
pensar en modos de implementarla. Practicar la diversidad
que Dios creó no es cosa fácil. Se requerirá que nos
enfrentemos con otras perspectivas, salir de nuestras zonas
de comodidad, y hacer que crezca este modo de vida.
¿Estamos listos? +
Natalie Forney es una recién graduada
de la Universidad de Spring Arbor
donde obtuvo el título de Bachiller
en Artes en psicología y español. Ella
asiste a la Iglesia Metodista Libre en
Indianápolis donde estará impartiendo
clases de inglés para ayudar a los
inmigrantes en la comunidad local.