
Julio 2020 — pg. 11
¿Qué nos parece ser unos extraños en este mundo como
para sentirnos como una niña pequeña en un país extraño,
rodeados por extraños que hablan un lenguaje extraño?
Sin embargo, nuestra pequeña hija, en su papel de ser
una extranjera, asistía a clases, desayunaba en pequeños
puestos callejeros, utilizaba el transporte público, y hacía
amigos, apreciando totalmente el mundo que la rodeaba.
De modo que, de igual manera, ¿cómo aprendemos a
participar en nuestro mundo, total y libremente, aun
sabiendo que debemos regresar a casa?
Extraños en una Tierra Extraña
Para resolver este problema, veamos la imagen de Dios
para Su pueblo desde el principio. Cuando Dios llamó a
Abraham. Lo llamó a ser un vagabundo. Como un extraño
atravesando tierras extrañas. Él tenía una tarea—bendecir
a otras personas (Génesis 12:2). Dios preparó Su pueblo
para que entendiera de inmediato que era un pueblo de
extranjeros en un lugar que no les pertenecía. Al pueblo
de Dios se le denomina con la palabra ger, en hebreo –
extranjeros, extraños, exiliados, Pedro usa más tarde una
frase similar—“residentes temporales y extranjeros” (1
Pedro 2:11 NTV) para describir a los seguidores de Jesús,
vinculándonos a nosotros con esa misma herencia.
La lección sigue. Moisés decide darle a su hijo el nombre
de Gerson como parte de esa herencia. Él quería un
recordatorio constante de que los hijos de Dios andarían
como extranjeros en este mundo, y siempre lo serán. Sus
prioridades eternas son diferentes. Su identidad como
pueblo del único y verdadero Dios los hace diferentes.
El padre espiritual de los israelitas fue un nómada,
su identidad final como un pueblo errante, extranjeros
en una tierra extraña. Desde el principio, Dios se ha
asegurado de que su pueblo no pueda olvidar su identidad
como extraterrestres en el mundo. Todo esto es muy, muy
intencional.
Exiliados
Tristemente, una vez establecidos en la Tierra Prometida,
ellos se olvidan. Al desobedecer el mandamiento de
Dios, al negarse, no de manera coincidente, a tratar a los
extranjeros en su propia tierra con compasión y cuidado,
una vez más, el pueblo vuelve a ser exiliado y esclavo.
Esta es la situación cuando Jeremías ofrece la mejor
descripción de estar “en el mundo pero no ser del mundo”
que podemos encontrar en la Escritura.
“Esto lo dice el Señor de los Ejércitos Celestiales, Dios
de Israel, a los cautivos que él desterró de Jerusalén a
Babilonia. Edifiquen casas y hagan planes para quedarse.
Planten huertos y coman del fruto que produzcan.
Cásense y tengan hijos. Luego encuentren esposas para
ellos para que tengan muchos nietos. ¡Multiplíquense! ¡No
disminuyan! Y trabajen por la paz y la prosperidad de la
ciudad donde los envié al destierro. Pidan al Señor por
la ciudad, porque del bienestar de la ciudad dependerá el
bienestar de ustedes” (Jeremías 29:4-7, NTV).
El pueblo de Dios debe vivir en este mundo que no le
pertenece, haciendo ahí lo mejor que pueda, y bendiciendo
a sus semejantes al crear sitios de paz y bienestar en el lugar
en el que estén. Han recibido la instrucción de trabajar por
Shalom—plenitud—en ese lugar. Este es el contexto que
debemos llevar al Nuevo Testamento cuando leamos ahí
las palabras de Jesús y los apóstoles.
No del Mundo
El Nuevo Testamento insiste en la idea de que no
pertenecemos al mundo, Jesús dijo que Él no pertenecía
al mundo y Sus seguidores tampoco (Juan 15:19, 17;14,
16). Pablo nos amonesta a no “imitar las conductas ni las
costumbres de este mundo” (Romanos 12:2 NTV). Juan
“¿Cómo aprendemos
a participar en
nuestro mundo, total
y libremente, aun
sabiendo que debemos
regresar a casa?”