contra del mal de la esclavitud. Él también habló en contra
de la adoración fría y muerta que carecía de la presencia
vivificadora de Espíritu de Dios. Él acusó a la Iglesia
Metodista Episcopal de dominar el liderazgo de la iglesia,
no dándoles voz a los laicos, quienes también son llamados
y dotados por el Espíritu.
Como los profetas y los escritores de Nuevo Testamento
(e. g. Santiago 2:1-7), él acusó al pueblo de Dios de ser
indulgente con los ricos y despojar a los pobres de su
lugar central en el reino de Dios. Él consideraba todos
estos como una grave enfermedad, una desviación de la
norma bíblica del cristianismo. La recién formada Iglesia
Metodista Libre no era unánime en el rechazo de cada
injusticia que nuestro fundador deploraba, incluyendo
la subyugación de las mujeres. B. T. Roberts mismo era
un hombre de su propio contexto histórico, de modo
que pudo no haber visto las grandes posibilidades de la
igualdad racial, pero fue un campeón de “la igualdad del
Nuevo Testamento”, y tomó a Gálatas 3:28 como un texto
central: “Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre
ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo
Jesús”. Bajo su liderazgo, nuestro movimiento comenzó
como una comunidad de cristianos fervientes con un ideal
de unidad y una gran capacidad de expansión.
Protección y Propósito
La petición de Jesús por Sus discípulos en todos los
contextos históricos es que Dios no nos sacaría del mundo,
pero nos protegería del malo. Él nos enseñó a orar de esta
manera por nosotros mismos en la Oración del Señor: “Y
no nos dejes caer en tentación sino líbranos del maligno”
(Mateo 6:13). Él entiende que nosotros algunas veces
fallamos en comprender que todos estamos en la batalla en
contra de las fuerzas de las que necesitamos la protección
de Dios. Podemos tratar de protegernos a nosotros mismos
evitando el conflicto y alejándonos de las costosas causas
del reino, pero esa no es la intención de Jesús. Evitar el
riesgo de la autoprotección sólo nos lleva a una forma de
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peligro diferente, la vida centrada y absorbida en el yo.,
lo que no es discipulado en absoluto. Los seguidores de
Jesús están juntos en Su misión, y esta misión tiene una
poderosa oposición.
En Su oración, Jesús también pide al Padre santificar a
los seguidores de Jesús por la verdad que Él declara: “Tu
palabra es verdad” (Juan 17:17). Parte del significado
de la santificación es el de apartarse para un propósito
más elevado. La verdad de la Palabra de Dios, cuando
permanecemos en ella y permitimos que transforme
nuestras mentes nos impulsa hacia arriba a prioridades
del reino y los valores del reino. Nuestras vidas ya no nos
pertenecen. Mientras el Espíritu de Dios obtiene control
de nuestras vidas, esta oración constantemente emana del
centro de nuestro ser: “Venga tu reino; hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10). Nosotros
queremos la voluntad de Dios, en nuestras propias vidas
y en nuestro mundo. Siempre que la injusticia ataque
a las personas a quienes Dios ha hecho a Su imagen,
anhelamos el cambio y trabajamos por él. Los creyentes
santificados viven por el Espíritu y caminan en el Espíritu.
La impactante verdad de Dios es su objetivo y su vereda.
Manifiesto del Reino
¿Qué de nosotros? Nuestro movimiento tiene 160 años.
La tentación de conformarnos al mundo nunca se ha
ido de nosotros. Cada generación ha cambiado su foco y
redefinido lo que significa ser santificado, o quizá lo ha
perdido todo de vista. Por un tiempo, hemos sido atrapados
en la trampa del legalismo, haciendo una lista de prácticas
pecaminosas para que cada individuo las evite, creando
una lista mental que nunca puede resultar en un verdadero
corazón santo. Nos hemos desviado en ocasiones, hemos
sido asorbidos por los vientos de la controversia en la
iglesia y la nación. En cada contexto cultural, la seducción
del mundo toma una forma diferente. Pero todos los
seguidores de Jesús deben vivir en la tensión de estar “en el
mundo, pero no ser de él”.
¿Cómo discernimos la verdad de la Palabra de Dios para
nuestro tiempo? Posiblemente los eventos tumultuosos del
2020 nos han despertado de una especie de sopor. El primer
mes de la pandemia del COVID-19, alguien lo llamó “un
proyectil que atravesó los huesos del cristianismo cultural”.
Si hemos conformado toda nuestra identidad en torno a
la calidad de nuestras reuniones dominicales en hermosos
santuarios de alta tecnología, por al menos unos meses
hemos perdido nuestra razón de ser. Sin embargo, después
de un grito de desesperación, muchos de nuestros pastores
e iglesias han descubierto una nueva pasión de servir al
“Dios no nos
sacaría del
mundo, pero
nos protegería
del malo”.
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