Noviembre 2020 — pg. 25
Estábamos sentadas en un pequeño
muro fuera de la iglesia, disfrutando
los suaves rayos del sol y la brisa
deslizándose a través de los árboles de nim
(lila india). El lugar fue escogido por los
beneficios de salud de su clima templado y por
los árboles de nim, que según se cree, purifican
los pulmones y la piel con sus propiedades
antibacteriales.
Dos mujeres con saris brillantes y
elegantemente drapeados se inclinaron hacia
mí. Querían mostrarme algo. Una de ellas
le dio unos golpecitos a la otra en el brazo, y
sus brazaletes tintineaban mientras jalaba los
dobleces de las mangas de su amiga. Golpeó
suavemente los puños de su amiga, que
terminaban abruptamente donde alguna vez
había tenido sus manos. Me habló en susurros,
implorándome darle testimonio mientras que
su amiga miraba a lo lejos y ocultaba sus brazos
de nuevo en su sari. Mi corazón se me fue a las
rodillas. Oré en silencio por alguna semblanza
de respuesta, aliviada de que no había alguien
disponible que tradujera mi inadecuado, “Lo
siento. Debe ser muy difícil”. Nos solazamos y
descansamos en el sol hasta que fue el tiempo
de reunirnos en el templo para el servicio
de la iglesia con los demás miembros de la
comunidad.
Un grupo de mujeres que pasaba nos miró
de arriba abajo y me pareció que flotábamos
al caminar hacia la blanca iglesia de mármol.
Las personas se daban toquecitos en la espalda,
aplaudían con sus brazos, reían y acompañaban
la música con murmullos que surgían desde
el frente de la iglesia. Al principio podíamos
no darnos cuenta de que los miembros de
esta comunidad viven con cicatrices, falta de
extremidades, y heridas internas con las que
quedan las personas después de ser curadas
del síndrome de Hansen (antes conocido como
lepra).
Muchas personas en esta congregación
habían sido expulsadas de sus casas familiares,
algunas siendo aún niñas, cuando se descubrió
que tenían el síndrome de Hansen. Las personas
que ellas amaban, y que eran más proclives
a creer que ellas merecían esta condición
como castigo a sus vidas pasadas de malas
obras. Se les enseñó que eran inmundas física
y espiritualmente y fueron expulsadas en el
momento cuando más necesitaban ser amadas
y cuidadas. Pero en esta comunidad, personas
de todos los niveles del sistema de castas
habían formado una nueva familia, formada
con el amor y apoyo incondicionales. Sentí que
estaba experimentando la verdadera y sagrada
comunidad.
También sentí un toque de gran indignación.
¿Por qué habían sufrido estas personas?
Imaginé a Job sintiéndose como en casa en
este lugar. Algunas personas habían podido
rehacer sus vidas a pesar de sus cicatrices. Ellas
ya no pueden trabajar y son atendidas por sus
compañeros que reciben un pequeño ingreso
de sus tejidos y costuras.
Como visitante, disfruté una cómoda silla
con una buena vista de la iglesia. Recorrí con
la vista la multitud buscando a las mujeres con
quienes había estado sentada en el muro. Mis
ojos encontraron sus saris de colores fiucha y
violeta, mientras se pasaba el canastillo de las
ofrendas. Las mujeres sin manos, en silencio
extrajeron una pequeña bolsa de sus saris, y en
secreto deslizaron una pequeña moneda en el
canastillo de la ofrenda mientras sus amigas
mantenían sus ojos cerrados en una canción de
oración.
¿De dónde sacaron esa fidelidad? Fui elevada
por esta pequeña ventana a una vida vivida en
justicia, a pesar de sus increíbles dificultades.
Mientras la multitud salía lentamente de la
iglesia. Imaginé al Espíritu Santo pasando entre
las ramas de nim que se mecían rozando las
paredes que bordeaban el edificio.
Algún día las personas de esta comunidad
correrán y no se cansarán. Caminarán y no
se fatigarán. Aunque sus cuerpos se estén
desgastando, nuestro espíritu se renueva
constantemente.
Me quiero esforzar en conducir mi vida de la
manera que estas cristianas lo están haciendo.
Amigas, cobren ánimo. Sigan haciendo lo
correcto en este reino de “aquí, y aún no aquí”.
La autora es desarrolladora de productos con
SEED Livelihood quien colabora con amigas
artesanas de SEED. Su nombre se mantiene en
reserva por razones de seguridad.
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